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Un mes ya...
 ALGO SOBRE LA MUERTE DEL MAYOR  SABINES (Fragmento) Jaime Sabines  
 PRIMERA PARTE    I
 Déjame reposar,  aflojar los músculos del corazón   y poner a dormitar el alma  para poder hablar,  para poder recordar estos días,   los más largos del tiempo.  
Convalecemos de la angustia  apenas  y estamos débiles, asustadizos,   despertando dos o tres veces de nuestro  escaso sueño  para verte en la noche y saber que  respiras.  Necesitamos despertar para estar más  despiertos  en esta pesadilla llena de gentes y de  ruidos.  
Tú eres el tronco invulnerable y  nosotros las ramas,  por eso es que este hachazo nos  sacude.  Nunca frente a tu muerte nos paramos   a pensar en la muerte,  ni te hemos visto nunca sino como la fuerza  y la  alegría.  No lo sabemos bien, pero de pronto  llega  un incesante aviso,  una escapada espada de la boca de  Dios  que cae y cae y cae lentamente.   Y he aquí que temblamos de miedo,   que nos ahoga el llanto contenido,   que nos aprieta la garganta el miedo.   
Nos echamos a andar y no  paramos  de andar jamás, después de  medianoche,  en ese pasillo del sanatorio  silencioso  donde hay una enfermera despierta de  ángel.  Esperar que murieras era morir  despacio,  estar goteando del tubo de la muerte,   morir poco, a pedazos.  
No ha habido hora más larga que cuando  no  dormías,  ni túnel más espeso de horror y de  miseria  que el que llenaban tus lamentos,   tu pobre cuerpo  herido.
II  
Del mar, también del  mar,  de la tela del mar que nos envuelve,   de los golpes del mar y de su boca,   de su vagina obscura,  de su vómito,  de su pureza tétrica y profunda,   vienen la muerte, Dios, el aguacero   golpeando las persianas,  la noche, el viento.  
De la tierra también,  de las raíces agudas de las casas,   del pie desnudo y sangrante de los  árboles,  de algunas rocas viejas que no pueden  moverse,  de lamentables charcos, ataúdes del  agua,  de troncos derribados en que ahora duerme el  rayo,  y de la yerba, que es la sombra de las ramas  del cielo,  viene Dios, el manco de cien manos,   ciego de tantos ojos,  dulcísimo, impotente.  (Omniausente, lleno de amor,  el viejo sordo, sin hijos,  derrama su corazón en la copa de su  vientre.)  
De los huesos  también,  de la sal más entera de la sangre,   del ácido más fiel,  del alma más profunda y verdadera,   del alimento más entusiasmado,   del hígado y del llanto,  viene el oleaje tenso de la muerte,   el frío sudor de la esperanza,   y viene Dios riendo.  
Caminan los libros a la  hoguera.  Se levanta el telón: aparece el mar.   
(Yo no soy el autor del  mar.)
III   
Siete caídas sufrió el elote de mi  mano  antes de que mi hambre lo encontrara,   siete veces mil veces he muerto   y estoy risueño como en el primer  día.  Nadie dirá: no supo de la vida   más que los bueyes, ni menos que las  golondrinas.  Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del  perro,  hijo de Dios desmemoriado,  hermano del viento.  ¡A la chingada las lágrimas!,dije,   y me puse a llorar  como se ponen a parir.  Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las  piedras,  las mujeres, el tiempo,  me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi  tumba  (si es que tengo una tumba algún  día).  Me gusta mi rosal de cera  en el jardín que la noche visita.   Me gustan mis abuelos de Totomoste   y me gustan mis zapatos vacíos   esperándome como el día de mañana.   ¡A la chingada la muerte!, dije,   sombra de mi sueño,  perversión de los ángeles,  y me entregué a morir  como una piedra al río,  como un disparo al vuelo de los  pájaros. 
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
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